martes, 24 de agosto de 2010

Papeles viejos I


¿QUIEN SE LLEVO EL CARTEL DE EMULSIÓN SCOTT?

Juan Carlos Pumilla

Durante años, particularmente en las tardecitas morosas del verano o en las mañanas templadas del otoño santarroseño, un grupo de amigos ejerció un extraño ritual: solían sentarse alrededor de una mesa de la confitería La Capital con el solo objeto de constatar la presencia, en una de las paredes laterales del edificio de Irigoyen, de una litografía lapislázuli que algún publicista señero ubicó en lo alto para promover las bondades de la emulsión Scott.

No sabía aquel ignoto colocador de carteles que su acción despertaría, treinta... cuarenta años más tarde, la excitación de un grupo de vecinos que, ante la visión del cartel, darían rienda suelta a la imaginación.
Por épocas, cuando la negra infusión insinuaba alguna amenaza hepática o su precio conmovía los bolsillos, los participantes del encuentro se trasladaban hasta uno de los bancos de la plaza para proseguir con sus cavilaciones. No eran pocas: el prometedor anuncio incitaba a introducirse en las costumbres de una ciudad tempranera, de calles arenosas y publicidades menos agresivas, cuasi ino-centes.
El cartel de emulsión Scott desafiaba al pensamiento. ¿Cuántos santarroseños habrían apelado a los beneficios del compuesto? ¿Qué adhesión concitaba aquella vieja farmacopea a la luz de las posteriores trapisondas de las multinacionales?; pero, fundamentalmente, ¿qué había sido de aquella generación (la de nues-tros padres, de los abuelos) frecuentadora del BASE Club, la Cirulaxia, o la brillantina. Devotos del Glostora Tango Club y la Revista Dislocada, de Caras y Caretas y, de la vuelta del perro los domingos por la tarde mientras “Piquito de Oro” propalaba la nueva cinta de Lana Turner, el deceso de Tyrone Power, las secuelas de la guerra o los actos pueblerinos...
La ciudad, enseña ítalo Calvino, no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, surcado a su vez cada segmento por raspaduras, muescas, incisiones,..
Quizá, también, pueda leerse a través de estos indicios colocados en lo alto de un edificio de la calle Irigoyen. No seria extraño que la sorprendente logia de los Adoradores del Cartel de Emulsión Scott fueran concientes, o tan sólo sospecharan, que sus descabelladas lucubraciones se inscribían en una mágica cruzada. Recobrar, por ejemplo, un segmento del pasado donde, probablemente, la felicidad fuera un suceso cotidiano.
Muchas veces, en un alarde de logística, delinearon aventuras nocturnas tras la solapada intención de apropiarse del cartel. Tantas veces como lo pensaron desdeñaron la idea; en algunas ocasiones por falta de coraje; en otras, porque el egoísmo no se impuso a la suave comprensión de que el cartel -en su lugar de origen- constituía un estandarte de permanente apelación a la memoria e imaginación colectivas.
Momentos de zozobra fueron vividos a lo largo de estos años. Preocupados, los amigos corrieron presurosos al café cuando el diario anunció que el edificio contiguo sería demolido. La tranquilidad retornó cuando la piqueta se detuvo en el segundo piso, quitando al futuro la contemplación de un estilo arquitectónico singular.
El grupo también transpiró gruesas gotas de sudor cuando desapareció el majestuoso águila que coronaba enfrente de la confitería del mismo nombre. La depredación llenó de congoja a los contertulios, quienes renovaron sus encuentros para controlar la perdurabilidad espacial del cartel de emulsión Scott.
Hace unos cuantos días algunos miembros del grupo derramaron ante nosotros lágrimas de tristeza. Alguien, que nunca figurará en las crónicas policiales por hurto calificado, se había llevado el cartel. Los amigos, aseguraron, seguirían reuniéndose -esta vez definitivamente en el banco de la plaza- para diseñar planes de recuperación y laboriosas pesquisas.
A medida que pasan los días crecen los signos de una memoria ofendida. Obstinados, los amigos piensan en ofrecer una jugosa recompensa a quienes aporten datos sobre el paradero del cartel de Emulsión Scott.
El esfuerzo, se nos ocurre, vale la pena. Tan sólo un aspecto de esta pasión –el ejercicio de soñar- justifica el intento.

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