miércoles, 2 de noviembre de 2011

La gran huelga salinera (III)


A fines del año 1972, la huelga se mantenía y la empresa Cibasa endureció su postura. Los obreros en lucha tomaron las calles de Santa Rosa y el paro llegó a los medios nacionales. Norberto Asquini

El 5 de diciembre, el abogado Ongaro no pudo reunirse con el gobernador Trapaglia tal como habían pedido los huelguistas. Esa noche hubo una asamblea en ATE en la que los cegetistas fueron recriminados a viva voz por su "pasividad" e "inoperancia cómplice". A las 21, una gran marcha tomó el centro de la capital. Los manifestantes salieron de la sede de los estatales, portando cartelones y antorchas y entonando estribillos contra las "direcciones sindicales burocráticas y traidoras" y ante el "manoseo del gobierno"; desfilaron hasta la plaza San Martín en una convocatoria que asombró a muchos y alarmó a otros. Fue una escena desconocida para Santa Rosa, donde una multitudinaria marcha portó teas que iluminaron la noche. Frente al monumento al Libertador, símbolo céntrico y oficial por excelencia, la columna se detuvo y realizó un acto, algunas horas más tarde finalizó con una olla popular en la sede de ATE. Sin haber sido una marcha violenta, los salineros y los grupos de la nueva izquierda promovieron un hecho simbólico e inédito que inquietó al gobierno y a los grupos de poder, y comenzó a preocupar a vastos sectores por las consecuencias que podría tener. A más de un mes de iniciada la huelga en la lejana Salinas Grandes, la sensación de "amenaza" lo impregnaba todo en la capital. Animos alterados. A pesar de las resoluciones dictadas por el organismo de Trabajo, CIBASA no reincorporó a los salineros, lo que significaba ignorar y desacatar las órdenes del gobierno de La Pampa. Los nervios y la bronca ganaban el predio. El 14 de diciembre un obrero, que trabajaba en la fábrica con la protección policial, disparó varios tiros contra los huelguistas. Cuando se retiraron parte de los uniformados, un grupo de trabajadores golpeó al agresor; por la noche, mientras el rompehuelgas trataba de ocultarse de la ira de sus compañeros, los más enfurecidos incendiaron la casilla donde vivía. Uno de los huelguistas fue detenido horas después, aunque quedó en libertad tras la intervención de Ongaro. El 28 de diciembre hubo otra asamblea en la CGT. Allí se sucedieron las escenas violentas y las desordenadas expresiones de repudio por la falta de los fondos prometidos y apoyos. Cuatro grupos cubrían la olla popular y los traslados de los salineros desde hacía dos meses, mientras la CGT no había podido pagar un solo viaje. A coro, se escucharon los gritos: "En la calle luchan los obreros, en la CGT dialogan los carneros". Apareció entones en escena, un dirigente luego clave para la resolución del conflicto, el secretario general de la CGT piquense, Lucio Martín Suárez, gremialista de los telefónicos. Este calmó los ánimos, dijo que en el corto plazo debía darse una solución a la huelga; sino habría un paro general de actividades en toda la provincia y prometió dineros para sostener la lucha. Cuando los obreros salieron a la vereda, estacionó en la esquina un carro policial de asalto del que salieron efectivos de la Guardia de Infantería. Una hilera de uniformados se apostó a metros del lugar haciendo sonar los tacos y los bastones, y cerraron la cuadra a la altura de la calle Rivadavia. El funcionario policial a cargo, luego de observar la situación, con un breve ademán de brazos ordenó a su gente que se retirara del lugar. Los temores al uso de la violencia estaban instalados. Fin de las ilusiones. Finalmente, entre enero y febrero de 1972 el conflicto fue llevado a los ámbitos nacionales mediante una estrategia que beneficiaría a la empresa y debilitaría a los salineros. Los dirigentes cegetistas, sugirieron a los salineros sentarse con los empresarios en Capital Federal. Las agrupaciones de izquierda quedaron acompañando la resolución como meros observadores. Para los cegetistas, no era bueno llevar las huelgas al todo o nada, como pretendían las militantes de la nueva izquierda; un día había que regresar al trabajo. Para los promotores de la Comisión de Apoyo, la táctica de los sindicalistas peronistas era ambigua: primero intentaron congelar el conflicto y luego se subieron para domarlo. A esa altura y ante el estancamiento del conflicto, los salineros continuaban con su posición combativa pero a la vez buscaban un arreglo. Los dirigentes de la huelga observaban que una lucha indefinida no era siempre posible y el voluntarismo de los militantes por sí solo no aseguraba el fin de la medida; más cuando los reclamos eran todos de máxima. También fue cierto que la nacionalización del conflicto presionó para la solución de la huelga y la posibilidad de un acuerdo. En la segunda semana de enero, los salineros lograron un espacio en los medios televisivos nacionales. A raíz de un contacto de Suárez con el gremio de los trabajadores de televisión, Kambich logró leer ante las cámaras de Canal 11 una proclama titulada "Llamamiento a la clase obrera y al pueblo argentino". Para muchos de los protagonistas, esto fue un viraje en el rumbo del conflicto. Poco a poco radios, diarios y canales nacionales comenzaron a mencionar la lucha de Salinas Grandes. Frustrados. El 20 de enero comenzaron las reuniones entre los representantes de los salineros acompañados por los dirigentes cegetistas y los de CIBASA en Capital Federal. Unos doce salineros pudieron viajar a Buenos Aires gracias al aporte de varios gremios que pagaron el transporte y el hotel. El 25 de enero la empresa entregó en la mesa una propuesta. La condición para la vuelta al trabajo era una serie de despidos. La empresa ya no pedía la cesantía de 18 obreros; la nueva oferta era entre 10 y 5 alejamientos, además de pagar solamente el 40 por ciento de los salarios caídos. Los salineros ya estaban enterados de quiénes eran los señalados. Todos los nombres en danza eran parte de los dirigentes huelguistas, cabezas de la lucha. "Los despidos finalmente fueron una cuestión personal. La patronal decidió que fueran los cabecillas", indicó el abogado Ongaro en "Crónicas del fuego". Los trabajadores decidieron rechazar cualquier propuesta que incluyera alejamientos y se retiraron. El 3 de febrero Cibasa volvió a presionar a los huelguistas y envió ocho telegramas de desalojo de las viviendas ocupadas por los obreros en el predio de Salinas, por haber cesado la relación laboral. Estaban todos dirigidos a las cabezas visibles del movimiento: eran Kambich, Martha Ríos, Aguilera, Elizondo, Fiala, Sosa, Garro y Chiovinni. Ante esa posibilidad, los representantes de la CGT piquense encabezados por Suárez informaron al gobernador Trapaglia que se iba a declarar una huelga general de actividades en toda la provincia en forma sorpresiva si no se solucionaba el conflicto. (sigue) (Publicado en Caldenia)

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