miércoles, 13 de octubre de 2010
Desaguadero: ¿una población perdida en La Pampa?
Algunas evidencias de los últimos tiempos que fueron descubiertas en el recorrido del río Chadileuvú indican que podría haber habido una población en el centro de lo que hoy es La Pampa y que tendría una antigüedad de más de un siglo.
Walter Cazenave
Se sabe que la historia esconde muchas leyendas, y que a menudo éstas se basan en hechos históricos desgastados y perdidos en el tiempo por la falta de testimonios.
Entre nosotros una de esas creencias es la de que remotos conquistadores y/o religiosos españoles habrían poblado en el centro de lo que hoy es La Pampa, junto a ríos que por entonces traían mucho agua, avalando en cierto modo el siempre latente mito de la Ciudad de los Césares. La idea, ciertamente legendaria, está apuntalada por algunos indicios y pruebas bibliográficas, cartográficas y de evidencias en el terreno.
Hay que reconocer que hoy –después de los hallazgos testimoniales de los historiadores Oscar Nocetti y Lucio Mir– aparece fuera de toda duda el paso de una expedición española al mando de Jerónimo Luis de Cabrera por nuestro territorio, a comienzos del siglo XVII. Pero es la existencia consignada en un antiguo mapa jesuítico de una población cristiana, lo que sigue intrigando la posibilidad de aquel remoto establecimiento cristiano que aparece consignado con el nombre de “Desaguadero”. El topónimo no deja de ser notable y la temprana presencia de los blancos –muy posiblemente de la orden de los jesuitas– estaría avalada por el notable esquema hidrográfico terminal del Chadileuvú, una trama que recién se conoció correctamente tres siglos después. Además en Puelches, Lihué Calel y aledaños pueden observarse ciertos indicios materiales que podrían estar relacionados con Chile, de donde venían los religiosos en tránsito hacia el Paraguay.
Presencia jesuítica.
La idea de una población relacionada con la Compañía de Jesús es congruente y sugestiva: recuérdese que los mapas que consignan el poblado y la asombrosa exactitud hidrográfica de la zona de Puelches, fueron originariamente cartografía jesuítica, y que la orden se destacó desde sus mismos comienzos por su atención a la ciencia junto con la fe, una actitud que mantuvo hasta nuestros días.
Lo cierto es que es en un mapa jesuítico donde, en la orilla occidental del Chadileuvú, entre Puelches y La Reforma, aparece la referencia de población cristiana junto al nombre “Desaguadero”, aunque en mapas similares de algunos años después ya ha desaparecido. Esta singularidad histórica intrigó a muchos investigadores, que variaron entre ahondar las posibilidades del tema o un escepticismo liso y llano.
Una sorpresa.
Sin embargo, en los últimos meses, la observación de sensores remotos correspondientes a la zona mencionada deparó una sorpresa. En efecto, las imágenes aéreas y satelitales pusieron en evidencia algo que técnicamente puede considerarse como una anomalía, es decir: un elemento que no condice con los rasgos generales del paisaje y que puede ser evidencia de otro tipo de realidades distintas a las del entorno de la imagen.
En este caso se trata de un gran rectángulo de unos 1.000 por 600 metros, ubicado sobre un alto, a la vista del río y que, originalmente, debió contar con una protección o cierre fluvial por tres de sus lados, quedando abierto al oeste. La estructura, perfectamente angulada, se ubicada sobre una suerte de meseta desde donde se domina el valle del río inmediato, se orienta correctamente hacia el norte magnético y, en el análisis estereoscópico, impresiona como si estuviera determinada por una suerte de borde elevado sobre el terreno circundante. El ancho de la traza supera los 15 metros. Buena parte de la figura se encuentra atravesada de norte a sur por un arroyo seco, acaso con origen de vertiente en épocas pasadas. En la cabecera norte parecen advertirse otras figuras, muy desdibujadas.
Coincidencias notables.
Lo curioso, y sugestivo, es que si llevamos las longitudes de ancho y largo a la medida de la cuadra española, el rectángulo pasa a tener casi exactamente de ocho por cinco cuadras. Semejantes medidas descartan cualquier hábitat humano, pero acaso podrían corresponder a un potrero donde preservar animales en una época que, recordémoslo, no existía el alambrado.
Nuestro interés por esta singularidad en medio del desierto pampeano nos llevó a buscar contacto con los repositorios jesuíticos, con un relativo éxito, ya que las piezas bibliográficas o cartográficas que pudieran avalar o desvirtuar la presunción, están todas fuera de la provincia. Algunas, incluso, del país, como es el caso de los archivos de Chiloé, en Chile, desde donde habrían venido los religiosos.
Desconocimiento local.
En principio cabe señalar que la traza es absolutamente desconocida por los lugareños consultados en la vecindad, quienes ni siquiera la han advertido sobre la superficie. Hay que señalar que esta singularidad se advierte en la fotografía aérea de gran altura o, con bastante dificultad, en las imágenes satelitales. De hecho la visión de la foto es más clara porque corresponde a una época de sequía, en tanto que las imágenes del satélite, donde el rectángulo pasa prácticamente inadvertido al ojo no entrenado, fueron tomadas en los últimos años, cuando hubo lluvias superiores al promedio. Un par de veces hemos transitado por el lugar prácticamente sin advertir los lados, aunque teniendo la seguridad de estar junto o sobre ellos gracias al uso de un posicionador geográfico satelital.
La antigüedad del rectángulo es una de las claves a develar por lo que la gran pregunta para darle trascendencia histórica a este hallazgo es: ¿cuándo fue trazada la figura? Lamentablemente, de momento no hay respuesta. La evidencia más antigua, la de la fotografía aérea, permitiría retrotraerla a unos cincuenta años, o poco menos. Sin embargo en la misma imagen se pueden advertir árboles de –para la zona– considerable talla (y por lo tanto edad) crecidos sobre los bordes que delimitan la figura, lo que evidencia que son posteriores a ella y acaso permitirían pensar en el siglo de existencia.
Un examen a fondo.
Esa deducción, sin embargo, tampoco da demasiado apoyo. Cien años atrás ya había población cristiana en la zona, si es que se quiere pensar únicamente a los blancos como responsables de la estructura.
Cualquier mente científicamente orientada podrá concebir muchas otras posibilidades, y tendrá razón. Ese rastro, o similar, también pudieron dejarlo alambrados levantados posteriormente, eventuales máquinas o algún emprendimiento que luego fue abandonado... todas esas alternativas tienen cabida. Lo que llama la atención es que, al momento de registrarse en la fotografía, no había allí caminos o rutas y la población era escasa.
La anomalía es sugestiva, pero no alcanza para una afirmación definitiva. Se sabe que la prueba histórica debe ser clara e indubitable, y la región considerada estuvo durante muchos años apartada del interés técnico, científico, político y económico de las administraciones como para descartar una acción humana moderna capaz de dejar ese rastro. Los medios con que cuenta la arqueología actualmente casi con seguridad podrían dar una respuesta. Cabria, entonces, una profundización en el tema capaz de descartar cualquier posibilidad de factura moderna en la anomalía. En el supuesto que esto se lograra daría lugar a una eventual prospección capaz de brindar una respuesta firme a esta curiosidad que, por ahora, da pábulo a la leyenda.
(Publicada en Suplemento Caldenia)
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