viernes, 22 de octubre de 2010

Los ferroviarios presos en la Isla Martín García

Ochenta y tres obreros fueron detenidos en General Pico por hacer una huelga en noviembre de 1958. Algunos pasaron hasta seis meses en la Isla Martín García, donde fueron llevados presos por el Ejército. Dos protagonistas cuentan sus vivencias a 52 años de los hechos.

Norberto G. Asquini



En 1958 se produjo la mayor represión gremial de La Pampa. Unos 83 obreros y empleados ferroviarios de General Pico fueron detenidos cuando se negaron a trabajar y se presentaron espontáneamente en el cuartel de esa ciudad. Fueron arrestados y pasaron meses como presos en la isla Martín García.
Adolfo Fernández y Hugo Somoza fueron parte de los más de ochenta trabajadores del Ferrocarril Sarmiento que el sábado 9 de noviembre del ’58 iniciaron el paro de actividades. Por entonces, el país vivía convulsionado: el gobierno militar de la Libertadora dejaba paso a la presidencia de Arturo Frondizi y los conflictos políticos y económicos afloraban en todo el territorio. Fernández era peón y tenía 21 años. Somoza aprendiz y contaba 22. Ambos eran además futbolistas. Ese sábado llegaron por casualidad a la asamblea ya que tenían que hacer el relevo. Fernández recordó: “Yo llegué a las 14 horas para tomar servicio y noté algo convulsionado, algo irregular en el ambiente de todos los días. Y compañeros de trabajo me decían que había que ir (al Cuartel). Eramos jóvenes teníamos tres o cuatro años de antigüedad y no dijimos nada, cumplimos. Me cruce la vía hasta mi casa para buscar la campera y me fui solo al Cuartel”. Ese día, los hombres del riel, afiliados a la Unión Ferroviaria, protestaban por mejores condiciones salariales. Eran en su mayoría trabajadores de los depósitos y los que hablaron esa tarde en la asamblea fueron militantes comunistas muy activos dentro del sindicato: Aníbal Tellechea –que tendría una larga trayectoria y sería perseguido en varias oportunidades con arrestos y cesantías- y Victorio Marsero. Había quién tenía la voz cantante. Nosotros escuchamos, eramos jóvenes y accedimos a lo que ellos decían. Y dos o tres muchachos decían hay que ir, hay que ir. Así que fuimos”, contó Fernández. Ahí decidieron todos marchar hasta el Cuartel para presentarse como detenidos en protesta y someterse al Código de Justicia militar en vigencia, como había ocurrido con otra manifestación en Capital Federal, pero allí no había pasado a mayores. Lo único que advertimos después es que debíamos haber esperado al lunes para ver si se sumaban otros. Cuando pase por La Reforma, había un señor que era dirigente y con peso político, un administrativo, y me dijo: ‘Andá que el lunes vamos nosotros’. Hasta ahora lo estamos esperando”, contó Fernández.

Al cuartel.

Tomada la decisión, unos sesenta trabajadores se dirigieron a pie o en bicicleta por la calle 19. La caravana recorrió el centro, al pasar por la calle 20 frente al diario La Reforma fueron fotografiados para sus páginas y luego llegaron hasta el Regimiento. Los rezagados fueron llegando más tarde. A las 21 ya eran 83. En el Regimiento el teniente coronel Rottier los exhortó tres veces a volver a sus puestos, pero los huelguistas mantuvieron su decisión de no presentarse al trabajo y finalmente fueron arrestados. Se les inició un sumario y se dio aviso a los Consejos de Guerra de la Capital. Las acusaciones de acuerdo al decreto ley de movilización del personal ferroviario eran de “por motín e insubordinación”. Era sábado y el domingo Fernández, de Independiente, y Somoza, de Ferro, tenían que jugar al día siguiente en la cuarta. Llegamos al cuartel, nos pusieron en fila, y tuvimos la visita de un antipático para nosotros que era el presidente de la Unión Ferroviaria, Ofelio Cayre, y con otro muchacho que era vecino nuestro decíamos ‘ahora nos van a sacar, nos van a llevar’. Teníamos miedo y las únicas palabras que yo escuché fueron ‘muchachos, que cagada se mandaron’. Y nosotros, que éramos jóvenes, más miedo tuvimos todavía”, dijo. Pasamos la noche en el cuartel y nos decían algunos que no salíamos más, que nos iban a llevar. Y Mareque, que había tenido una triste historia con el servicio militar con las revoluciones de los ’50, decía ‘Acá nos pegan un tiro y listo’”, contó Somoza.

Rumbo a Capital.
El domingo, a las 6, en dos camiones de las casas comerciales Fons y Constantino, los obreros fueron trasladados a Capital. Viajaron hacinados en camiones jaulas y vigilados por hombres armados que los seguían en una vehículo militar. “Cuando él (por Fernández) se levantaba yo me agachaba”, agregó Somoza. Al llegar a la Capital quedaron detenidos ese día en Pichincha y Garay, donde funcionaba el Consejo de Guerra. Estuvieron dos días más en Campo de Mayo -allí se les dio ropa de fajina y se los rasuró a la manera militar- y luego fueron llevados hasta la Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA. Fernández completó: “Lo que fue antipático fue la llegada allá. Nos daban mate cocido en un jarro de aluminio que apenas nos lo dejaban tomar porque te lo sacaban enseguida. Había que llenar los forros de las colchonetas y nos daban 15 segundos para hacer la cama. A las 6 de la mañana el silbato de un guardia nos hacía levantar, nos hacían numerar contra la pared y circulaba la versión que querían fusilarlos. Y el ‘julepe’ grande fue cuando llegamos hasta el portón de Pichincha para irnos y vino una contraorden y nos hicieron quedar. Se agigantaron las dudas, la incertidumbre. ‘Viste que nos iban a matar’, decíamos”. El 10 de diciembre fueron juzgados sumarísimamente en la ESMA por un Consejo Militar. Las penas de prisión fueron de seis meses a diez días. Los “cabecillas” fueron los que más recibieron: Tellechea 6 meses, Santiago Pepa y Marsero 5 y Alberto Garavaglia 4. A tres meses fueron condenados 47 huelguistas, a dos meses unos 20 y el resto a un mes y a 45 días. Uno solo fue penalizado con 10 días, por su edad. Fernández y Somoza, los entrevistados, recibieron tres meses. Recordó el primero: “Cuando me tocó el turno estaba tirado en la colchoneta porque me había descompuesto. Y gracias al abogado, por ser un caso especial me dejaron sentar. Los demás estaban parados. Y escuché: ‘al reo Adolfo Fernández por motín, desobediencia y abandono de servicio seis meses de prisión’, pero y el abogado logró que bajaran a tres”. Con el temor de ser confinados en un buque de guerra, cerca de 80 ferroviarios fueron subidos a una barcaza y tapados con una lona fueron trasladados hasta la isla Martín García, el lugar de su prisión. Uno, el de más edad, fue liberado y tres fueron enviados a Magdalena. “Entre tanta incertidumbre, más miedo nos dio eso. Pensamos que a los otros los iban a matar”, afirmaron.

Vivir en la isla.
Los pampeanos fueron trasladados hasta la isla Martín García donde cumplieron la condena militar. Allí sólo compartieron las dos cuadras que ocupaban con unos detenidos tucumanos. En la isla las órdenes fueron diferentes. Tuvieron que trabajar y hacer actividades bajo la mirada de los militares: barrían las calles, cortaban tepes de césped para la pileta de natación, hacían la comida, pintaban y reacomodaban las tumbas del cementerio. Pero también fue un espacio de esparcimiento mientras pasaban los días, ya que al estar en la isla no tenían custodia. Fernández relató: “en la isla cambió totalmente el trato. Teníamos 18 y 20 años y nos metíamos entre las tumbas del cementerio. La pasamos bien, jugamos al fútbol, nadábamos, iban nuestros familiares a visitarnos. Les mandamos el pasaje nosotros”. “Fue como si estuviéramos en el servicio militar”, agregó Somoza. En los ratos libres los pampeanos paseaban entre la espesa forestación o nadaban frente a la costa uruguaya. Conocieron el edificio donde fueron alojados el ex presidente Hipólito Yrigoyen y el ex Secretario de Trabajo, Juan Domingo Perón. Y en el que algunos años después sería cárcel de Arturo Frondizi. También el capellán los invitaba a los oficios religiosos y los jóvenes iban para poder tomar mate. Hasta llegaron a ganarle 13 a 0 al equipo conformado por los militares. Los ‘sublevados’ fuimos una verdadera familia, pasamos las fiestas de fin de año en un clima hostil, triste, lejos de los hogares, pero enriquecidos al cumplir el mandato de la solidaridad y el compañerismo”, indicó Fernández.

El regreso.
El grupo condenado a tres meses fue liberado el 10 de febrero de 1959. Ese día Fernández cumplía años. Al día siguiente estuvieron en General Pico. Cuando se reincorporaron cobraron los sueldos atrasados y el aguinaldo.
Somoza no pudo alejarse de los uniformes. Había pedido prórroga para hacer el servicio militar obligatorio y cuando llegó se bajó del tren y se incorporó en el Regimiento de Pico, donde tres meses antes lo habían detenido. Además de los mencionados en la nota, entre los ferroviarios piquenses que fueron condenados estuvieron: Vicente Astiz, Angel Vigovich, Raúl Martellono, Manuel Vaquero, Víctor Tolosa, Delfin Viera, Enrique Stagnaro, Luis Perdomo, Juan Alisandroni, Emilio Pedehontaá, Carlos Montero, Labrador, Marcelino y Antonio Pérez, Angel Collado, Alfredo Somoza, Carlos Dalmasso, Alberto Morales, Juan Angel Viola, Héctor Pirchio, Isaac Vassarotto, Aurelio Chajo, Abel Novillo, Reinaldo Vázquez, Abel Tacchino, Leandro Caro, Angel Somaruga, Fernando Baroni, Ubaldo Córdoba, Gaspar y Carlos Hernández, Luis Iglesias, Obdulio Tellechea, Eduardo Rodríguez, Orlando Cabrera, Simeón Blanco, Alberto Garabaglia, Saúl y Gerónimo Fernández, Osvaldo Labarriel, José Trovato, Omar Goñi, Agustín Bravo, Anastasio Torrez, Agustín Pérez, Pedro Testa, Angel Acosta, Alfredo Prieto, Pascual González, Antonio Mata, Eduardo Bastarrica, Carlos Argüello, Héctor Tosello, Carlos Vola, Raúl Rojas, Raúl Saavedra, Ricardo Betelú, Felipe Mareque, Santos Barzola, Rubén Piccini, Gregorio Collado, José Borgna, Angel Lacasa, Luis Tellería, Ambrosio y Alejandro Sola, Francisco Lobos, Juan Estigarría, Sixto Martilini, Arnoldo Arcenillas, Carlos Del Sol, José Pascual, Roberto y Ramón García y José Pascual.


(Publicado en suplemento Caldenia)

2 comentarios:

  1. En la nómina de ferroviarios detenidos se da el caso de varios nombres de personas que presentan yerros disgráficos. Ignoramos si se trata de una transcripción exacta de los nombres y apellidos tomados de un medio periodístico o si se trata de errores cometidos por el autor de la nota. Como siempre, las investigaciones de Norbeto Asquini son placenteras de leer y de lo más fiables. Con mi atenta admiración de siempre: Prof. Juan José Sena Weill.

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  2. En un campo, en época de huelga, también se encontraba mi padre, fallecido casi 11 años.
    No figura en ninguna lista.
    Se llamaba Romeo Francisco Ciccacci.


    Mi nombre Virginia Ciccacci

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