domingo, 5 de junio de 2011
La llegada del coronel Camps
En diciembre de 1973 asumió como jefe del Ejército en La Pampa el coronel Ramón Camps, que sería conocido después como uno de los represores más sanguinarios que actuaron durante la dictadura militar. El recuerdo de quienes observaron su "labor" en la provincia hasta que en diciembre de 1975 dejó el cargo. Norberto Asquini
En diciembre de 1973 hubo un relevo institucional que si bien tuvo su importancia pública no concitó demasiado interés en ese momento, para la mayor parte de la sociedad pampeana. El 18, en la sede del Destacamento de Exploración de Caballería Blindada 101, asumió el coronel Ramón Camps. El acto fue presidido por un oficial delgado y de bigotes, poco conocido, el segundo comandante del Primer Cuerpo de Ejército, general de Brigada Jorge Rafael Videla. Camps, un hombre calvo y de gruesas cejas, se convirtió desde entonces en el jefe militar pampeano. Los entrevistados que lo trataron y compartieron encuentros y charlas con el oficial lo recordaron como un hombre serio, jactancioso y de una leve sonrisa. También rememoraron que con los meses en la provincia, su interés por determinados aspectos fue creciendo y su inquisidora mirada se posó en ciertos lugares y actividades y se hicieron más habituales sus paseos por la Casa de Gobierno y algunas oficinas. Las consultas casuales sobre la gestión de determinados funcionarios y las visitas inesperadas a instituciones como el hospital se hicieron más frecuentes. Con el tiempo, para muchos reporteados, esos pequeños hechos cobraron un sentido distinto al interés por la cosa pública. Camps fue un hombre al que tenían llegada muchos dirigentes importantes de la provincia y con quien comían el gobernador y su familia, funcionarios, el obispo Arana y otros políticos. Un oficial proclive a las sugerencias de muchos profesionales -como podían ser un médico, un abogado o un sacerdote- y estancieros; que sentados a su lado aprovechaban para señalar aspectos oscuros de la política local o de personas ajenas a la provincia con “actividades sospechosas”, sabedores o no de las consecuencias que podría acarrear semejante desliz. Otros hablarían sin pruritos, durante esas reuniones, sobre sus ideas y pareceres sobre temas espinosos como la guerrilla, el Ejército, la situación nacional y la economía, como un ex ministro que después se arrepentiría tras el golpe del ’76 cuando la policía lo detuvo e interrogó, tomó conciencia que sus expresiones ante el coronel lo habían condenado. (Publicado en el libro Crónicas del fuego)
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