viernes, 17 de junio de 2011
La Resistencia silenciosa (I)
Un adelanto del libro “Días de odio. De la Libertadora a la Revolución del 56 en La Pampa” de Norberto Asquini. Un recorrido por uno de los capítulos más negros de la historia de la provincia.
El gobierno de la llamada “Revolución Libertadora” que derrocó al presidente Juan Domingo Perón, a partir de la asunción del dictador Pedro Eugenio Aramburu, adoptó una línea clara con respecto a la cuestión peronista profundizando la desperonización de la sociedad. Esto se plasmó en el renombrado Decreto 4.161 del 1º de marzo del 56 que prohibió todo vestigio relativo al peronismo, como símbolos, imágenes y propaganda, incluyendo el nombre del propio de Perón y su esposa. Además inhabilitaba para ejercer cargos públicos electivos, empleos en la administración pública o actuar como dirigentes políticos a quienes hubieran sido dirigentes del partido peronista o autoridades nacionales, provinciales y municipales. En La Pampa, esto tuvo su correlato en el Decreto 1.407 del 23 de julio de 1956 que dispuso la baja en el inventario de monumentos, imágenes y símbolos del régimen peronista. Fueron a parar a los depósitos pertenecientes al Estado placas, bustos y escudos “que guardan relación con el régimen peronista por constituir una afrenta al sentimiento democrático del pueblo argentino y recordar una época de escarnio y de dolor para la población del país”. A la acción. Como reacción contra la política de desperonización, agravada por el revanchismo y el ataque a las conquistas laborales dentro de los lugares de trabajo y el debilitamiento de la organización gremial, importantes sectores de la clase trabajadora se embarcaron en una larga lucha defensiva que sería conocida, en la cultura de la clase obrera peronista, como “la Resistencia”. Frente a la “Libertadora”, los militantes ensayaron espontáneamente diversas formas de desobediencia civil, propaganda y desestabilización política. La Resistencia puede dividirse en dos etapas. Desde fines de 1955 hasta comienzos del 58, y desde entonces hasta mediados de 1960. La primera fase, entre septiembre de 1955 y junio de 1956, se caracterizó por los complots cívico-militares, los ataques contra la propiedad y el sabotaje por parte de comandos peronistas. El historiador Daniel James afirma que “la Resistencia incluyó un variado conjunto de respuestas que iban de la protesta individual en el plano público hasta el sabotaje individualmente efectuado y la actividad clandestina, sin excluir la tentativa de sublevación militar. Todas esas respuestas tendieron a mezclarse en una serie muy confusa de imágenes que tiempo después serían encapsuladas por una nueva generación de peronistas en frases tales como ‘guerrilla popular’ o ‘resistencia popular nacional’ y que connotaban toda una mitología de heroísmo, abnegación, sufrimiento, camaradería compartida y lealtad a un ideal, mitos que habrían de constituir un elemento decisivo en la evolución del peronismo en años venideros”. Comandos. Desde principios de 1956 existían los gérmenes de una organización muy caótica y basada en grupos locales. En muchas zonas grupos de trabajadores, a menudo de la misma fábrica, empezaron a reunirse regularmente y planificar acciones y a conformar “comandos” y también existían células clandestinas consistentes sobre todo en amigos que vivían en el mismo barrio y cuya influencia y acciones estaban mucho más circunscriptas. Esas células se consagraron principalmente a la pintura de consignas y la distribución de volantes: puesto que se trataba de una actividad ilegal si se mencionaba el nombre de Perón o se reproducían consignas peronistas, desarrollarla suponía riesgos y constituía una legítima forma de protesta. En la segunda parte de 1956 también se intensificó el empleo de bombas contra objetivos militares y edificios públicos. Esta forma de acción exigió una ejecución planificada y cierta experiencia en la fabricación de artefactos explosivos que se los conocía como “caños” y llegaron a formar parte de la mitología de la Resistencia. Perseguidos. En La Pampa, la llamada Resistencia no tomó formas violentas, salvo el levantamiento armado del 9 de junio de 1956 que fue dirigido por un militar procedente de afuera de la provincia (más desarrollado en el libro). En su mayoría, fueron manifestaciones espontáneas, actos de pequeña monta, pero que eran perseguidos por las autoridades e investigados minuciosamente, según indican algunas de las causas judiciales abiertas en esos años. Leonardo Rodil, delegado de la CGT hasta la caída de Perón, recordó al autor: “Estuve preso por una propaganda que llegó de Buenos Aires. Tres días preso en el 55. Fuimos a Buenos Aires recién caído el peronismo y el doctor Rodríguez, que había sido secretario del Ministerio del Interior me dio una propaganda donde Rojas estaba brindando en Puerto Belgrano (con un dirigente peronista) y era edecán de Eva Perón. Hacía poquito que había caído Perón y trajimos la propaganda y en la noche la repartimos en todos lados. Otro que viajó conmigo fue a San Luis y otro para el sur. Cuando llegamos acá, todos lo que estaban en la Resistencia, Bedis, De Diego, Sierra, los pegamos en Santa Rosa y un subcomisario fue a preguntar a la estación quién viajó en tren desde Buenos Aires, y me llevaron directamente a la comisaría”. (Continúa)
(Publicado en Caldenia)
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