viernes, 9 de diciembre de 2011
El día de las bombas
¿Cuáles fueron las repercusiones en La Pampa de la masacre que enlutó a un país? Después del 16 de junio de 1955 la provincia recibiría poco después a los oficiales de las Fuerzas Armadas que participaron de la conspiración y que serían alojados en la Colonia Penal.
Norberto G. Asquini
El levantamiento armado antiperonista que se desató el 16 de junio de 1955 y que terminó con el bombardeo y asalto a Plaza de Mayo por militares golpistas contra el gobierno de Juan Domingo Perón, tuvo sus orígenes en el estado de conspiración latente dentro de un sector de las Fuerzas Armadas. Había ya tenido antecedentes en los fallidos intentos de golpe de 1951 encabezado por el general Benjamín Menéndez y 1952 del coronel José Francisco Suárez. Si bien las intenciones golpistas habían arrancado desde la victoria de Perón en 1946.
En este contexto, el jueves 16 de junio de 1955 se produjo un levantamiento de la Marina contra el presidente Perón. El plan incluía un ataque aéreo a la Casa Rosada con aviones de esa arma y de la Fuerza Aérea, para asesinar al presidente, con el apoyo de infantes de marina que intentarían tomar la sede gubernamental.
El historiador Robert Potash afirma: “Los hechos del 16 de junio constituyen un cruento capítulo de la historia argentina, ya que armas de guerra, adquiridas con el ostensible propósito de defender a la nación contra un ataque extranjero, fueron empleadas contra los propios argentinos por miembros de sus Fuerzas Armadas y por civiles armados”.
Masacre.
El ataque, al que Luis Alberto Romero denomina “descabellado” y de una “ejecución defectuosa” culminó con el ametrallamiento y bombardeo de una concentración de civiles reunida en la Plaza de Mayo para apoyar a Perón. El presidente logró salvarse ocultándose en el Ministerio de Guerra. Se calcula que hubo 300 muertos, y que las víctimas en total, entre fallecidos y heridos pasaron las 1.000.
La primera respuesta del peronismo a ese ataque fue una campaña de terror de grupos que esa noche incendiaron la Curia metropolitana y varias iglesias de la Capital Federal. Ese día, el gobernador pampeano Salvador Ananía se encontraba en Capital Federal, donde se trataba por las heridas recibidas en el atentado que había sufrido en febrero del 55 y en el que había recibido tres disparos. Apenas comenzó el ataque, fue advertido para que se ocultase ya que, decían, los golpistas estaban deteniendo a los funcionarios públicos.
Convocados.
El diario La Capital informaba el 17 de junio que, como en otros lugares del país, ese día en Santa Rosa, “apenas hecha conocer la convocatoria de la Delegación local de la CGT a raíz de los sucesos ingratos, una cantidad extraordinaria de trabajadores se concentró en la sede obrera de nuestra ciudad”. Esa tarde la central obrera decretó un paro general de actividades y a las 15 los movilizados escucharon la palabra del presidente Perón en la radio y “tras aplaudir ruidosamente su mensaje acataron los consejos del Conductor retirándose a sus respectivos domicilios”.
Al día siguiente, el 17, la Cámara de Representantes en sesión pública y especial hizo un homenaje a las víctimas de la “criminal intentona del 16” y al Ejército Argentino, arma que se había mantenido leal al gobierno, y por la “reafirmación de lealtad y solidaridad con el ex señor presidente de la Nación general de Ejército Juan Domingo Perón”. Esa jornada se declaró duelo provincial.
A la cárcel.
Perón anunció que los implicados en el golpe recibirían las penas máximas previstas por la ley, lo que pareció sugerir la pena de muerte. Pero ninguno de los conspiradores corrió peligro. Mientras los pilotos que habían bombardeado la Casa Rosada huyeron a Uruguay, otros fueron arrestados y enjuiciados. La conspiración tenía como cabecilla al contralmirante Samuel Toranzo Calderón, como posibles jefes al ministro de Marina, el contralmirante Aníbal Olivieri y al vicealmirante Benjamín Gargiulo –que se suicidó en la cárcel– y como coordinador al capitán de fragata Francisco Manrique. Toranzo Calderón fue imputado por el delito de rebelión militar y condenado a reclusión por tiempo indeterminado y degradado; y Olivieri a la pena de un año. El 16 de agosto, Toranzo Calderón, Olivieri, Manrique y otros treinta condenados fueron trasladados en tren, esposados en pareja, y con custodia policial hasta la Colonia Penal de Santa Rosa. Allí quedarían alojados hasta que estallase la revolución de septiembre que los liberaría a las pocas horas de caído Perón.
Homenaje.
Días después, el 23 de junio, la diputada Lorenza Mateos de Quiroga, presentó un proyecto de ley dando el nombre de “Granadero Mocca” a una calle de la ciudad en el céntrico barrio Fitte, el “barrio más moderno de la ciudad”. El lugar elegido fue la calle que rodeaba a la plazoleta Mitre. El soldado Heber Orlando Mocca falleció durante los combates que se libraron cerca de Casa de Gobierno defendiendo al presidente. La representante indicaba que el homenajeado “se ha incorporado al martirologio de nuestra provincia, sacrificando su vida al servicio de la patria, de su bandera y de la Doctrina Nacional que es esencia del peronismo”.
A la furia por la matanza en la Plaza de Mayo le siguió una actitud conciliadora y Perón convocó a la oposición a negociar. Pero luego de intentos desoídos, el 31 de agosto el mandatario concluyó que esa posibilidad no tenía razón de ser y en un discurso anunció el fracaso del llamado y lanzó uno de los más duros ataques al afirmar que “por cada uno de los nuestros, caerán cinco de ellos”.
Sus palabras dieron nuevos ímpetus a las conspiraciones que estaban en marcha. La suerte estaba echada para el gobierno de Perón que caería en septiembre de ese año.
(Publicado en Caldenia)
El Vicealmirante Benjamín Gargiulo se suicidó en el Ministerio de Marina, no llegó a ser encarcelado
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