viernes, 16 de diciembre de 2011

El Indio Ainó: ¿el último bandido rural?


Gaucho matrero del oeste de La Pampa, su nombre cobró fama por su muerte en 1948, cuando la figura del bandolero parecía un anacronismo. Amigo de Vairoleto, fue el último caso de un bandido rural.

Norberto G. Asquini


¿Fue el último bandolero de La Pampa? ¿El último indio alzado? ¿Un gaucho matrero más del oeste pampeano? Tal vez su fama se deba más que a escabullirse de la policía que obstinada lo persiguió durante años, a su muerte ocurrida cuando terminaba un Pampa, y comenzaba otra.
La historia de Félix "El Indio" Ainó, también conocido como "Marcos Chico", entre otros alias, no tiene las aristas románticas o robinhoodescas, y hasta con perfiles místicos, de Juan Bautista Vairoleto. Ni siquiera el "glamour" del "científico" Pedro Moroni, el anarquista ilustrado empujado al delito por un sentido libertario.
A diferencia de ellos, no fue parte de la inmigración aluvional y su descendencia, que se asentaron en el este agrícola del Territorio Nacional de La Pampa, sino un hijo del pueblo ranquel, corrido por la Conquista del Desierto.

Final de época.
Pero a Ainó, también a su manera un bandolero, se lo recuerda porque fue el último de su estirpe. Moroni murió en 1938, Vairoleto en 1941. Ainó recién en 1948.
"Murió en su ley", como se decía entonces, en el far west pampeano, la última frontera, donde se borronea el límite con Mendoza, como así los estatales y morales. Y si su muerte trascendió no sólo fue porque era el más buscado por la ley en esos lares, sino porque fue un símbolo de una Pampa que terminaba y de otra que nacía. Otros asaltantes corrieron la suerte del olvido y el desprestigio que encierra el mundo delictivo. Ejemplos tenemos entre quienes acompañaron en sus "correrías" a Vairoleto, como Marcos Vallejos o el Ñato Gascón, finalmente su entregador. Pero el rastro de Ainó perdura porque estuvo anclada en un cambio de época, cuando La Pampa se convertía en provincia y dejaba de ser Territorio Nacional, cuando la sociedad se transformaba a través de la democratización social del peronismo.

El rastro.
Baqueano en el oeste, sus comienzos en el delito tienen que ver con su condición de marginalidad, pero también de injusticia. En 1935 comienza a estar proscripto de la ley y toma una existencia errante entre el oeste pampeano, el sur de Mendoza y el norte de Neuquén. En resumen, su constate fuga fue gracias a conocer el terreno y a tener amistades entre las clases populares, condiciones que le daban cierto aura.
Como a todo personaje marginal de la historia condenado al olvido, la vida de Ainó le escapa a la burocracia administrativa. Hugo Chumbita apenas lo menciona en su investigación sobre Vairoleto, de quien era amigo y a quien supo acompañar en un par de oportunidades. Otros niegan que haya estado con él. El caso más mencionado es el asalto a un comerciante, el Turco Naser, en Carmensa, al que golpearon en su almacén y le robaron dinero. José Salinas, posteriormente detenido por la policía, señalaría a Vairolet, Federico Schmidt y al Indio Ainó como sus cómplices.

Prontuario.
Más allá de las palabras, sí queda su prontuario en la Revista Policial de La Pampa (números 14-15 de septiembre-octubre de 1948), facilitada por el investigador Carlos Rodrigo: hurto en 1920, tres hurtos en 1934, robo y abuso de autoridad, atentado a la autoridad y hurto en 1936, hurto en 1936, robo en 1938, dos hurtos y un caso de estupro en 1940, atentado y resistencia a la autoridad y tres hurtos en 1941, atentado y resistencia a la autoridad y dos hurtos en 1942, y asalto y robo en 1945.
De su rostro, tampoco se sabe a ciencia cierta. José Depetris y Pedro Vigne en "Los rostros de la tierra" publican una fotografía del archivo policial de "Marco Ainó", uno de los nombres con los que se lo conoció, nacido en Huinca Renancó en 1885.
Sin embargo, los datos que recoge Depetris, en una nota en Caldenia de 1996, rescatan desde los documentos su ascendencia, y hay datos que difieren. El historiador encuentra revisando viejos censos su nacimiento en la toldería de La Blanca, en la zona de Luan Toro, en 1899, entre los ranquelinos. Su familia pertenecía a los indígenas que terminada la batida final de 1879 vagaron por las pampas. Con el siglo XX, esa comunidad se dispersó y muchos terminaron en Colonia Mitre. Los Ainó se asentaron entonces en El Odre, campos de la tribu de Luis Baigorrita.

Comienzos.
Antonio Lobos (foto) es un ex policía de Territorios Nacionales, y después provincial. Ingresó a esa fuerza en 1949. Pero antes, cuando era un adolescente que trabajaba junto a su padre en su campo en las inmensidades de Limay Mahuida, conoció al "Indio" Ainó.
En la década del treinta en pleno Limay Mahuida apenas un estanciero tenía el único vehículo motor y había que esperar días para que llegara el camión desde General Acha con los víveres, siempre comprados al por mayor, luego de kilómetros de caminos de tierra. El oeste de entonces no tenía alambrados, y las distancias eran leguas y leguas. Pero corrió el Salado y las animales poblaban esos lugares. El Estado quedaba lejos, y era difuso.
Lobos nació en 1926 y pasó su juventud en esos lares. Recuerda a Ainó por haberlo tratado, y porque también le contaba su padre. "Los inicios de él en el delito, cuando comenzó a disparar de la policía, fue después de una fiesta cerca de La Primavera, cerca de Santa Isabel, si mal no recuerdo. Era una fiesta de vecinos y se armó una jugada de taba. Ainó perdió, y le pidió una matra a un amigo para apostarla. Y la perdió también. Y se mandó a mudar. El dueño lo denunció y lo tuvieron preso, y seguro 'le habrán dado'. Fue entonces que se fugó y no se dejó agarrar más".
Lobos relata sobre la figura del bandido: "No lo atajaba nada porque alambrado no había. Era amigo de todos, como de mi padre. Venía a mi casa a pedir algunas cosas y le daban. Algunos lo apreciaban y otros no, otros lo ayudaban porque le tenían temor. Tenía mujer, pero algunos puesteros le tenían temor porque les llevaba la mujer de prepo, decían, y era lo peor que tenía. Era un hombre bajo, morocho, medio regordetón. Siempre estaba solo o con su hijo, y armado con Winchester".

Los robos.
"Robaba para comer, no era asaltante, o mejor dicho asaltaba a algunos. Sobre todo mercachifles. De Mendoza venía Mesías y lo paró y le sacó lo que pudo", recuerda Lobos.
"Por el año 40 fui con mi padre a Piedras Blancas, que era Gobernador Ayala, a caballo y al regreso en Agua de la Perra, en Puelén, había un gallego Luis García que se ocupaba de la cacería y al que mi padre quería cambiarle dos mulas por los caballos, porque las necesitaba. Lleve los caballos y esa noche me quedé a dormir. Estaba en mi recado y esa noche sentí un tropel, cada vez más cerca. Eran dos personas a caballo, y me di cuenta que no eran de la zona, ni que eran milicos porque los estribos no eran de hierro. Eran Ainó y su hijo, Marcos. Fueron a la casa y llamaron al gallego, y no contestaba. Entonces entre ambos lo sacaron y lo maniataron y lo cacheteaban. Querían la plata de unos novillos que le había vendido García a Cayetano Muñoz. También sacaron a un ayudante que tenía, y que le llamaban El Cachirulo, pero tampoco dijo nada. Me fueron a buscar, y le dijeron, 'Decinos donde está la plata porque te vamos a hacer matar con el mucho este'. Y El Cachirulo le dijo que estaba debajo de una bolsa de sal. Era 13 pesos y una estampilla colorada de 5 centavos. Después se llevaron de un baúl un reloj de bolsillo de oro, una tabaquero de cuello de avestruz, un tarro de Caporal y una lapicera de oro".
"Se fueron y nos dijo 'No sea cosa que anden avisando a los milicos'. García no quiso hacer la denuncia. Me fui entonces hacia Limay Mahuida, que quedaba a 18 leguas por la huella. Y antes de llegar a El Poltrón, veo un humo y cuando me acerco eran ellos dos, que estaban haciendo asado de piches. '¿Ya se te pasó el susto?', me dijeron entre risas. Comí con ellos y luego seguí camino".

Escapar de la ley.
Lobos recuerda lo que se contaba en la zona sobre sus andanzas, sobre todo cuando escapaba de la ley. "Una vez tuvo un tiroteo en jurisdicción de Limay Mahuida, en el paraje La Cautiva, de Luis Albornoz, que era una estancia. Lo fueron a buscar el cabo Calixto Valdez, el agente José Cecilio Montanaro y Roberto Di Liscia. Estaba en un molino, entre los alpatacos. Comenzó el tiroteo y le pegó en el sombrero de corcho de Di Liscia. Huyó a caballo, pero le mataron el animal y disparó a pie entre los montes".
"Otro tiroteo fue cerca de la casa de mi padre, Antonio Lobos. Llegó a nuestra casa el cabo Valdez preguntando si sabíamos donde estaba. 'Recién se va', le dijo mi padre. 'Voy a comunicar a la comisaría de Limay Mahuida', dijo Valdez, y lo dejó que se fuera. Ainó había hecho un campamento cerca y llegó el oficial Icasati y tres agentes de Limay y hubo un tiroteo, hasta que disparó a caballo".

Atrapado.
A Ainó se le acabaron los días el 15 de junio de 1948. Una partida lo encontró entre el jarillal en Agua de la Orilla, en los desiertos de Mendoza casi en el límite con La Pampa, en plena meseta basáltica. Estaba con su familia: su mujer Herminia Peletay -indica el parte- y dos hijos de corta edad -uno de días y otro de 3 años-.
Rubén Evangelista rescató viejos papeles del jefe de la partida, el subcomisario de Puelén, Justo Ferreyra, entre ellos el informe final presentado en Jefatura. Este armó la comisión con los agentes Eduardo Pérez, Jorge Epinal y Jorge Félix Trouilh, además de algunos civiles.
Llegaron en un Jeep y una camioneta en la madrugada. Al ser sentidos por los perros, ladraron y Ainó salió del fogón. Con la carabina, se acercó hasta veinte metros y le dieron la voz de alto. Comenzó entonces el último tiroteo, hasta que dos balazos terminaron con él.
Su muerte fue celebrada por la Policía en la Revista Policial de La Pampa con el título "Cae un famoso bandolero" y también su caso fue publicado en medios nacionales. Según todos, "había expresado su firme propósito de no entregarse vivo".

Otra versión.
El 11 de febrero de 1996, Caldenia publicó las fotos hasta ese momento inéditas de la muerte de Ainó. Francisco Moneo, entonces director de la escuela de Gobernador Ayala y uno de los que integraron la partida, facilitó las imágenes. Allí, boca abajo, yace Ainó.
Lobos tiene otra versión, escuchada cuando en 1949 fue trasladado a la comisaría de Puelén. "Ainó escuchó los perros que torearon a los policías y se levantó a mirar, y cuando se volvió le tiraron de atrás. Dicen que no pudo responder porque se le atrancó un proyectil y no pudo tirar".
La poesía popular, indica Rubén Evangelista, retomó el tema de su captura. Juan Carlos Bustriazo Ortiz escribió "Félix Ainó" y también el bandido está presente en las milongas de Julio Domínguez.

(Publicado en Caldenia)

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