jueves, 16 de septiembre de 2010

Historia de dos ciudades


En el terreno económico, político o deportivo, la rivalidad entre las principales ciudades de La Pampa, Santa Rosa y General Pico, no sólo sirvió para acrecentar el anecdotario, sino también definió procesos históricos. Orígenes y manifestaciones.
Norberto G. Asquini

La historia argentina parece estar construida en base a antinomias: unitarios-federales, peronistas-antiperonistas y podríamos seguir. Esto también se dio en el pasado de La Pampa con la rivalidad entre las dos ciudades principales, un hecho que nació casi con el comienzo del siglo XX y se perpetuó por décadas. Esto se manifestó de diferentes formas a lo largo del tiempo –en lo político, económico o deportivo–, y hoy aún conserva algunos reductos, si bien es una situación ya superada
Los historiadores académicos y escritores pampeanos no han abordado en forma sistemática ese proceso que en muchos casos fueron meras manifestaciones folclóricas o pintorescas, pero que hizo a la idiosincracia de una sociedad del interior argentino y también definió procesos históricos en más de una oportunidad.
¿Cuáles fueron las raíces de esa rivalidad? ¿Cómo se manifestó? ¿Hubo cambios a lo largo del siglo XX? Estas fueron algunas de las preguntas que surgieron cuando intentamos analizar esa característica pampeana.

Dos miradas.
La Pampa nació como territorio nacional a fines del siglo XIX y en 1900 recién Santa Rosa –fundada en 1892– fue declarada capital de la gobernación. Al norte, en 1905 y producto de la expansión agropecuaria, el aluvión migratorio y la llegada del ferrocarril, nació General Pico.
Santa Rosa era una ciudad comercial y administrativa, cuando la burocracia estatal todavía era mínima. Recién con la provincialización en 1952 comenzó a tener el perfil de ciudad burocratizada. Por su parte, General Pico, nació en un enclave ferroviario con una importante actividad comercial vinculada a una amplia y rica zona rural del norte de la provincia. Contó enseguida con una incipiente industria propia –si bien eran en su mayoría establecimientos pequeños y medianos–, lo que generó un rápido desarrollo.
En la década de 1920 ambas ciudades tenían casi la misma cantidad de habitantes y Pico asomaba como un centro económico de importancia. Allí establecen muchos los orígenes de la rivalidad entre la capital y su “hermana menor”, como ocurrió en Santa Fe con la capital y Rosario, o en Buenos Aires con La Plata y Bahía Blanca.
José Villarreal y Walter Cazenave tienen en común ser docentes, haber ejercido el periodismo y haber habitado ambas ciudades.
Villarreal afirmó que “en un primer momento fue una cuestión espontánea, popular, esa diferenciación. Como ocurre con Rosario y Santa Fe. Esa postura en General Pico pudo tener origen en la publicidad del loteo originario, donde se hablaba de una Rosario y hasta de una Chicago argentina, portadora del porvenir, con una gran producción agropecuaria pero también una industrialización creciente hasta los 50, ya que se hacían hasta carros enteros. Santa Rosa era más recoleta, más culta (tenía la Escuela Normal y el Colegio Nacional y muchos piquenses estudiaban allí)”.
“Creo que esa rivalidad nace como forma de autoestimularse, de motivarse por parte de Pico, con la consiguiente reacción santarroseña”, indica Villarreal.
Cazenave comentó: “el hecho de que Pico fuera nudo de ferrocarriles hasta los años 50 y 60 cuando empezó la decadencia de ese transporte, la convirtió en centro de importancia. Incluso recuerdo que de chico los libros de geografía decían que la ciudad más importante del territorio era Pico. En los años 20 Pico creció a una velocidad meteórica y tenía una actividad comercial muy grande. Era frecuente, por ejemplo, que se llevaran motores a rectificar a los talleres piquenses o que gente de puntos lejanos viajaran a Pico a hacer compras”.
“Existía en ambos lugares, además del localismo, una voluntad por afianzarse y crecer. Pico y Santa Rosa sentían el mismo acoso del ‘desierto’, de la distancia, del ensimismamiento porteño, pero derivaban parte de su fuerza para una competencia que se fue diluyendo y terminó más bien en pintoresquismo”, comenta Villarreal.
“Santa Rosa, por el hecho de albergar la gobernación, aún con la anemia propia de ser sede de un Territorio Nacional, era depositaria de los recelos no sólo de Pico sino de otras localidades. Hay que tener en cuenta que los editores de Pampa Libre (diario anarquista piquense) habían calificado a los habitantes de Santa Rosa como ‘presupuestívoros’", completa el sociólogo Jorge Etchenique.

A los palos.
Entre las manifestaciones de esa rivalidad, Villarreal recuerda: “lo más saliente, visible fue el fútbol entre los seleccionados de las Ligas Cultural y Pampeana, ya que campeonato provincial de clubes no existía”.
Cazenave completa: “entre las manifestaciones más inmediatas, risueñas, de esas diferencias estuvo el deporte. Cuando se jugaba el Interdigas, en los años 40, los partidos terminaban con unos cascoteando los autos de los otros, ya fuera en las canchas piquenses y en las santarroseñas. Recuerdo cuando a un relator de Santa Rosa en un partido en Pico le cortaron el cable de la transmisión a la capital y estuvo largos minutos relatando sin que lo oyera nadie. Se decía, y es muy posible que así fuera, que los colectiveros que transportaban los equipos presupuestaban previamente los vidrios rotos”.

Punto crucial.
De esos años hay también un hecho político-institucional que pudo en gran medida incentivar esa confrontación. En julio de 1934, se impulsó por parte del gobierno nacional, la descentralización de la Justicia Letrada. Era el traslado de uno de los tres juzgados que tenía Santa Rosa a General Pico. Cuando todavía no estaba conformada la provincia y toda parecía tan endeble y por hacerse, una decisión así significaba arrebatarle un logro a Santa Rosa y casi atentar contra la “integridad institucional” de la capital. También generar expectativas en los piquenses, ya que se jugaba como trasfondo la legitimidad de Santa Rosa como capital de La Pampa ante una ciudad como Pico que competía en progreso económico.
Hubo grupos de presión que se conformaron en ambas localidades a favor y en contra de la medida. Hasta el diputado bonaerense Manuel Fresco, impulsor de la iniciativa, llegó a decir que Pico era “la verdadera capital del territorio”.
En diciembre del 34 el Congreso aprobó la “Ley de Descentralización”. El traslado de las oficinas fue festejado por todo el pueblo de General Pico y sus entidades como un triunfo sin igual.
La historiadora Mirta Zink afirma que “el traslado del juzgado es un hecho muy fuerte en esos años y podría ser la raíz de esa disputa”. En esto coincide Jorge Etchenique –y la mayoría de los entrevistados– que afirma: “alrededor del traslado es el primer registro de esa rivalidad en los diarios. El sentimiento de la gente de Santa Rosa era que ese era el primer paso para llevarse después el Colegio Nacional o la Normal”.

Pulpos y vampiros.
Al defender el traslado del juzgado, el diario piquense La Reforma hablaba en noviembre sobre Santa Rosa: “No tiene ningún mérito, a no ser el de su probado egoísmo y el de estar constituido en el vampiro de las esperanzas pampeanas”. Y afirmaba que era un “pulpo dedicado a chupar la sangre y vivir del trabajo de los demás”.
La Arena, desde la capital, retrucaba poco después: “esta vieja rivalidad inconsistente y antipatriótica si se quiere, que ciertos habitantes del norte sienten hacia la capital del territorio” es un “espejismo engañoso”. El diario entendía que esa rivalidad llevaría a disputas como las que se daban entre de Santa Fe-Rosario o Bahía Blanca-La Plata y le negaba “capacidad y derecho” a Pico para pretender ser capital. “El número de almacenes o de fondas de General Pico o la cantidad de cabezas de ganado de sus estancias nos darán sí, una idea de su capacidad económica, pero no de una influencia cultural o de una dirección intelectual que se haga sentir en la vida social del territorio”. Cosa que decía tener Santa Rosa.
Como se ve, la rivalidad ya estaba firmemente instalada para entonces y ese hecho habría hecho visible esa confrontación.

Transformación.
Pero con los años esa disputa comenzó a volcarse a favor de Santa Rosa. Esto se hizo evidente con la provincialización de La Pampa en 1952.
Villarreal afirma: “Pico siempre fue una ciudad de iniciativa, tuvo ese rasgo positivo hasta los 50. Santa Rosa era más burocrática. Pero con la provincia, Santa Rosa tuvo un crecimiento rápido y una base de población más estable”.
“Cuando se produce la decadencia del ferrocarril y su desmonte con el Plan Larkin en los 60, se produce la transformación de Pico que va perdiendo terreno paulatinamente. Es el golpe de gracia. Entonces empieza a cobrar mayor envergadura las rutas y Santa Rosa crece. Además la provincialización y las instituciones consecuentes ayudaron a Santa Rosa en lo material y lo intelectual”, analiza Cazenave.
El poeta Edgar Morisoli indica: “el corte se da en la provincialización. El esquema administrativo del territorio nacional era más reducido, pero desde los 50 Santa Rosa comenzó su crecimiento, fundamentalmente administrativo”.

Pinquenserismo.
La competencia por no quedar rezagada o beneficiarse también de obras y servicios por parte de General Pico –y hasta alguna ambición de ser capital que estaba presente en determinado círculo– llevó a que se conformara lo que Ricardo Nervi llamó amablemente “el piquenserismo”.
Con la provincialización y el rezago económico y poblacional de General Pico, este sentimiento tomó vuelo.
Este rasgo del habitante de Pico fue promovido y exacerbado por el diario La Reforma, formador de opinión de varias generaciones, no exento muchas veces de un marcado chovinismo.
Cada seis o siete meses aparecía alguna noticia relativa a Pico que ensalzaba la ciudad, ya fuera por el traslado de la capital de la república o la instalación de algún gran emprendimiento o industria, que nunca se concretaron pero que sugerían una suerte de “ombligo del mundo” para la ciudad.
“Había un enfoque localista, más que regional. Y hasta el pueblo y las llamadas ‘fuerzas vivas’ tenían ese mismo sentido, aunque algunos medios tuvieron un enfoque más amplio”, indica Cazenave.
De todas maneras a veces los diarios de una y otra localidad se convertían en voceros de polémicas de medios o de editorialistas, que alcanzaban niveles más ríspidos.
“Muchas identidades se forjan buscando un enemigo externo. Esto da motivo de cohesión interna en el grupo. Es propio de cualquier grupo este proceso”, comenta Etchenique sobre ese sentimiento.
Dice Cazenave: “hay también dos visiones de la provincia. Pico está más orientado a mirar la pampa húmeda, especialmente por su ubicación física. Santa Rosa a mirar a la otra pampa, la interior y en esta mirada a proyectar por ejemplo sobre el río Colorado”.
Pero no en todo sentido hubo confrontación entre ambas ciudades. En el plano cultural, el poeta Edgar Morisoli rescata: “en la cultura fue todo lo contrario. Nunca se manifestó en el campo cultural o artístico. Incluso había una especie de cadena parar traer artistas que pasaban de una ciudad a otra. Había amistades y vínculos entre las peñas”. Villarreal recuerda en este sentido los contactos entre las peñas de ambas ciudades.

En la política.
Pero se debe dividir claramente en este proceso dos tipos de rivalidad. Durante la etapa territoriana, de acuerdo a los analistas consultados, al no competir políticamente ambas ciudades, esa división se manifestó de otras maneras, como en el terreno deportivo. Producida la provincialización y abierto el proceso de integración geográfica y política de La Pampa, entraron a jugar proyectos políticos y diferencias entre el norte y el centro-sur pampeanos, al interior mismo de los partidos –ya fueran peronistas, radicales o socialistas–. También entraron a jugar el sentimiento de marginalidad de General Pico y la clara diferenciación entre el crecimiento santarroseño y el estancamiento piquense.
Esta tensión –cierta o inventada– entre centros de poder recorrió la historia de todos los partidos políticos y lo sigue haciendo, ya muy mitigado, en la actualidad.
Un antiguo periodista recuerda: “el primer gobernador de la provincia, el peronista Salvador Ananía, trajo mucha gente de General Pico, y hasta hubo algún dirigente, según el folclore, que quiso que la capital fuera rotativa. Además por constitución se le quitó a Santa Rosa toda facultad decisoria como capital, ya que el intendente era designado por el gobernador y no había concejo deliberante. Esto provocó malestar en los capitalinos”.
En los años 50 a 70 esa rivalidad también se jugó al interior de las agrupaciones políticas. Desde ambas ciudades pugnaron por imponer candidatos propios, y hasta las fórmulas gubernamentales no podían “andar” si no había un postulante de la capital y otro de Pico. Un ejemplo: en el año 63 cuando Ismael Amit era candidato a gobernador por la UCRI hubo una división entre santarroseños y piquenses en esa fuerza. Los segundos le retiraron el apoyo a Amit y cuando el mandatario se pasó al MID, la mayoría de la UCRI piquense se quedó en ese partido. Nunca más Amit pudo hacer pie en la ciudad norteña.
Por eso se afirma que como “venganza” durante su gobierno no se le dio salida asfaltada a Pico hacia Buenos Aires y las rutas pavimentadas llegaban sólo hasta Trebolares y Metileo.

Encarnizados.
El otro partido que sufrió esa división interna fue el Justicialismo. En los 50 y 60, los máximos dirigentes o referentes partidarios durante la proscripción fueron los de Santa Rosa, ya que las autoridades nacionales se relacionaban más con la capital. General Pico, de verdadera tradición peronista, se vio en cada elección de la que pudo participar el PJ rezagado en las candidaturas.
Finalmente, la mayor confrontación se vivió cuando José Aquiles Regazzoli ganó en 1973 la gobernación. Como vice estaba Rubén Marín, de Pico. El peronismo sufrió entonces una de las batallas internas más profundas de su historia y se estuvo a punto de destituir a Regazzoli. Más allá de que las contradicciones entre ambos sectores fueron entre políticos o gremialistas, o ortodoxos y menos ortodoxos, hubo un fuerte componente en esa lucha de poder entre capitalinos y piquenses.
Aún en 1983 quedaron esos resabios dentro del peronismo y ayudaron a exacerbar las diferencias. En las internas de ese año se enfrentaron Regazzoli y Marín, entre otros, ganando el segundo. Algo parecido ocurrió en la UCR.

En la actualidad.
¿Qué quedó actualmente de esa rivalidad? Más allá de anécdotas o el folclore lugareño, ese sentimiento de confrontación está hoy muy apaciguado. Sobre todo en Santa Rosa, aunque el “piquenserismo” está todavía presente.
En el plano político, con la victoria del “marinismo” en 1983 y su hegemonía, esas diferencias se fueron limando dentro del partido gobernante. Villarreal indica que “el peronismo impuso en los 80 a Pico en Santa Rosa”.
Además la comunicación creciente y el intercambio entre ambas ciudades, favoreció a limar diferencias.
Etchenique analiza: “el crecimiento aluvional de Santa Rosa en las últimas décadas, sobre todo con gente llegada de afuera de la provincia, ayudó a mitigar esa rivalidad, por el lado santarroseño. Los de Pico quedaron un poco más encerrados en eso y ha sobrevivido cierto piquenserismo. En el resto, muchos hoy no tienen presente esa rivalidad, y otros directamente la ignoran”.
(Publicado en suplemento Caldenia)

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