martes, 8 de noviembre de 2011
La gran huelga salinera (IV y última)
En febrero de 1972, luego de una larga y ardua lucha, los obreros de Salinas Grandes llegaron a un acuerdo con la empresa. Esto significó la vuelta al trabajo, pero también el descabezamiento del movimiento. Las distintos análisis sobre su conclusión.
Norberto Asquini
Tras varios días de ideas y venidas, el 10 de febrero una delegación de salineros, dirigentes de la CGT piquense y de la santarroseña y algún representante de la Central se reunieron en Capital Federal con el ministro de Trabajo, Rubens San Sebastián, para pedirle la mediación ante la empresa. El funcionario no los recibió y delegó el caso a un funcionario de segunda línea.
Por la tarde, en el noveno piso del palacio del Ministerio de Trabajo, Kambich, Ongaro y dos salineros y los jefes de varios sindicatos encabezados por Suárez se entrevistaron con el director nacional de Delegaciones Regionales, Héctor Mamblona.
El 17 de febrero, los salineros y los cegetistas se reunieron finalmente con los representantes de la patronal en las oficinas del Ministerio de Trabajo. Una vez que Kambich, Ongaro y otros dos salineros ingresaron al salón Dorado y estuvieron ante la larga mesa en la que estaban sentados los funcionarios de Trabajo, dos directivos de la Cibasa y varios abogados de la patronal, una larga conversación cerró al mediodía el acuerdo resignando entre otras cosas el descabezamiento de los huelguistas y el pago sólo del 50 por ciento de los salarios caídos. Allí mismo se firmó el acuerdo.
Esa decisión generó, y generaría por décadas, una controversia de la forma en que se manejó la negociación con Cibasa y la responsabilidad de cada uno en el acuerdo final.
Ongaro dijo durante una entrevista cómo se consumó esa decisión en los pasillos del Ministerio: "En un cuarto intermedio, salieron todos del salón, hubo un aparte y Suárez puso el tono conciliador. 'Piensen que esto lleva tanto tiempo y la gente quiere trabajar', les dijo a los salineros. 'Bueno, vamos a entregar algunas cabezas', pensaron ellos".
El acuerdo.
¿Qué estipuló el arreglo? Se determinó mantener el valor de alquiler de las viviendas; se hicieron reajustes salariales; la empresa abonaría 60.000 pesos a cada uno de los trabajadores en concepto de compensación por los jornales caídos durante la huelga; y no reclamaría el pago de los alquileres no saldados durante esos cuatro meses. Sin embargo, la contraparte sería dolorosa para los huelguistas. Los trabajadores resignaban a sus líderes: Kambich, Ríos, Chiovinni, Aguilera, Fiala y Galante, quedaban cesantes y eran indemnizados. Los salineros también negociaron el despido de dos de los obreros pro-patronal.
Esa misma noche en Salinas Grandes, se hizo la última asamblea. "Hasta acá llegamos", dijo Ongaro cuando llegó. La gente que había resistido casi cuatro meses, recibió la noticia de boca de Kambich; ya no se podía dar marcha atrás con el acuerdo firmado en la Capital. Hubo sentimientos y emociones encontrados entre los presentes, alegría por lo conseguido y la vuelta al trabajo; también llantos por el descabezamiento de los huelguistas.
Una cláusula no escrita fue que la CGT negoció con el gobierno provincial que los despedidos obtendrían trabajo en la administración pública provincial y una vivienda. Esta condición ayudaba a detener el conflicto y fue aceptada por Trapaglia.
Después de la tormenta.
La evaluación y la percepción sobre el final de la huelga, y sus consecuencias fueron muy dispares según el protagonista y su posición en la lucha. Los entrevistados consideraron el arreglo desde un "buen acuerdo" a una "derrota" lisa y llana.
El entonces dirigente universitario José Mendizábal dijo: "Estuvimos con los obreros cuando les informaron y vimos a doscientos salineros como lloraban porque se habían quedado sin dirigentes. Fueron quebrados en los hechos porque los descabezaron".
Los militantes de la nueva izquierda consideraron que los salineros terminaron firmando un "arreglo débil", con relación a sus fuerzas no sólo por la lucha mantenida sino la combatividad demostrada.
Para los líderes salineros entrevistados, no quedó otra perspectiva ya que era imposible su vuelta a la planta, y resignaron sus puestos para que sus compañeros volvieran al trabajo. Para los sindicalistas de la CGT las consecuencias fueron beneficiosas ya que se pudo aplacar ese movimiento contestatario a su autoridad.
Lo que quedó.
La huelga de Salinas Grandes jalonó la historia regional contemporánea por la significación del enfrentamiento de los obreros durante cuatro meses contra una empresa multinacional. La trascendencia quedó determinada en su prolongada extensión, la más larga de las huelgas en La Pampa, y una de las más extensas del país en ese momento.
A pesar de que los sectores de la nueva izquierda vivieron la conclusión de la huelga y su arreglo como un fracaso y un freno a las posibilidades de acción gremial y política, la herencia no fue menor. A partir de allí, la activación de sectores gremiales y estudiantiles fue in crescendo.
En la actualidad, sus actores recuerdan esos días de lucha con una mirada nostálgica sobre jornadas memorables de pasión y solidaridad popular. Para sus protagonistas, la fraternidad vivida en esos meses de conflicto entre los salineros y los militantes santarroseños fue una marca imborrable.
(Publicado en Caldenia)
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