martes, 17 de mayo de 2011

1974: Represión en la plaza San Martín (II)


¿Cómo finalizó la huelga de los municipales en 1974 en Santa Rosa? La policía pampeana terminará por reprimir con palos y gases a los manifestantes en la plaza San Martín, en lo que se consideró la primera gaseada ocurrida en La Pampa.

Norberto Asquini

Para entonces, la veredad de la plaza estaba desbordante, unos 500 manifestantes, según estimó La Arena, se habían congregado en apoyo a los huelguistas.
En la calle San Martín crecía el nerviosismo y ocurrieron los primeros hechos violentos cuando varios policías golpearon con sus garrotes al periodista Nelson Nicoletti de La Capital y al fotógrafo que lo acompañaba, Juan José Muñoz, cuando se acercaron al cordón policial.
Poco después de la medianoche arribó el juez José Sáez Zamora; ingresó al municipio a través de una ventana y les reclamó que abandonaran las instalaciones de manera pacífica. El plazo para el desalojo vencía a las 2.
La lluvia comenzaba a caer en los primeros minutos del 22 y apenas el juez se alejó del lugar, los uniformados recibieron la orden de reprimir a la multitud. Se arrojaron varios proyectiles de gas lacrimógeno y luego del titubeo inicial, los espectadores comenzaron a correr en todas direcciones. Algunos se paraban y gritaban contra los uniformados, pero la fila policial continuaba tirando gases y golpeando con palos a los retrasados en la corrida. Decenas de bombas lacrimógenas volaron en todas direcciones llegando hasta la estación de servicio ubicada en la esquina de la calle Gil y rebotando entre los surtidores. Fue la primera “gaseada” que se recuerda en la provincia.

Gaseados.
Luego de la primera desbandada general, los manifestantes se volvieron a juntar en la plaza y otra vez fueron corridos por la arremetida policial. Entre los gases que rebotaban en el piso y los palos que caían sobre los que escapaban, algunos activistas lograron arrojar algunas piedras. Unos cuantos entraron para resguardarse en la confitería La Capital, a cien metros de la municipalidad. Pero ni ahí tuvieron suerte: un policía tiró dos bombas lacrimógenas en el salón asfixiando a los concurrentes. El periodista Juan Carlos Pumilla, que estaba en el lugar, comentó: “La cana tiró entre los cristales, era una granada de gases, fue una encerrona; los canas no tenían máscaras de gas y cuando se metieron se asfixiaron ellos y nos escapamos, el humo había llegado hasta la cocina”. La refriega quedó impresa en los golpes recibidos por hombres y mujeres en glúteos y espaldas.

Rendición.

Adentro de la sede comunal, el clima era de entusiasmo y los ocupantes realizaron una asamblea para determinar qué iban a hacer. Había temor ante la posibilidad de que recrudeciera la represión ya que la policía estaba dispuesta a todo, como se observaba a metros de allí. Un ramillete de brazos que confundieron puños en alto y dedos en “v” se levantó cuando se decidió la retirada del lugar para evitar un enfrentamiento en el que iban a salir perdiendo.
Restaban 20 minutos para las 2, cuando los empleados abrieron las puertas y salieron entonando el himno nacional. Los efectivos demoraron unas 200 personas que estaban en el municipio, según explicaba La Arena. Tras revisarlos, se ordenó la detención de los cabecillas: Maldonado, Mansilla, Fernández, Braile, Medina, Pisa y el periodista Roó, identificado como dirigente del PCR , a pesar que adujo que estaba trabajando y mostraba infructuosamente un micrófono. La policía buscó también a Mendizábal, acusado de ser el promotor de la toma, pero el activista se había ido caminando apenas abrieron la puerta.

Volver al trabajo.

Al día siguiente todo era calma en los pasillos municipales, pero en la ciudad no se hablaba de otra cosa. El gobierno provincial aclaró que no iba a tolerar “ningún grupo que atente contra la tranquilidad que debe reinar en todo el ámbito de la provincia”; mientras la prensa arriesgaba que iba a renunciar el ministro de Gobierno, Manuel Baladrón, por haber ordenado la represión. Cuando los periodistas se contactaron con el titular de la cartera política, el funcionario se limitó a decir que el gobierno ignoraba el uso de la fuerza. No fue creíble.
En la mañana del 22 se agruparon frente la comuna unos 30 empleados que mantenían la huelga. A las 9, bajo la lluvia, llegó un carro de asalto de la policía y personal de Infantería, y se desconcentraron.
Al mediodía fueron liberados los activistas detenidos mientras los aguardaba a la salida de la comisaría una manifestación en su apoyo. Los dirigentes fueron recibidos con aplausos.
Por la tarde, se realizó un acto popular en el playón de la estación de trenes en González y Alsina que congregó a unas 500 personas. El 23 hubo otra marcha de 600 personas por todo el centro compuesta de trabajadores y universitarios.
El viernes 24 por la noche se realizó otra asamblea y se decidió levantar la huelga que había durado una semana; aunque se dejó en claro que la lucha por la recuperación del sindicato continuaba. Finalmente, el lunes 27 de mayo, los empleados municipales volvieron a sus puestos tras unos días muy agitados.

En contra y a favor.

Varias fueron las agrupaciones, gremios y partidos que apoyaron explícitamente las reivindicaciones del sector combativo. La movilización fue respaldada públicamente por la Juventud Revolucionaria Cristiana, el personal de la Caja de Ahorro y Seguro, el Movimiento de Renovación y Cambio de la UCR, la Franja Morada, los Centros de Estudiantes universitarios, el PC y el PCR.
La JUP dio su apoyo a medias. Exaltó en un comunicado las “justas reivindicaciones obreras” pero aclaró: “también es necesario denunciar a los sectores gorilas de derecha y ultraizquierda que aprovechando esta situación buscan desprestigiar al gobierno popular”, en clara defensa de la gestión de Regazzoli.
La otra cara, la más reaccionaria, fue la del peronismo ortodoxo y del Mofepa, por primera vez asociados en el mismo conflicto. El bloque de diputados del Frejuli, la CGT y las 62 Organizaciones dieron a conocer comunicados de prensa. El de los cegetistas denunció a “los grupos disociadores manejados por la ultraizquierda reaccionaria y otros sectores que viven su frustración política que se han encontrado en una nueva Unión Democrática”. Los trataba de “infiltrados” y “mercenarios”. En tanto, los medios de comunicación estatales, como Canal 3 , recibieron orden de no informar ni transmitir notas escritas de adhesión a la huelga. Sólo se difundieron los comunicados oficiales.

El regreso.

Poco después de la huelga la Coema intervino la seccional de Santa Rosa con la complicidad del gremio de municipal de Pico. Entretanto, el 25 de junio el intendente Turnes renunció y el 17 de julio, luego de reclamos de la lista Blanca llegó imprevistamente el pope máximo de la Confederación de los municipales, Gerónimo Izzetta, un ortodoxo de primera línea. Nombró un triunvirato que duró meses en el cargo.
El 28 de marzo de 1975 se votó por fin entre dos listas: la pro-oficialista con el color Celeste en la que figuraban Carlos Ochoa, Rubén Villarruel y Héctor Turrión; y la Blanca de los combativos encabezada por Maldonado y Julio Braile acompañados de Norma Sierra, Manuel González, Martín Gatica, Ernesto Mansilla y Roque Pisa, entre otros. Los blancos se impusieron por 161 votos a 85.

(Publicado en Caldenia)

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